Los zapatos mojados, el sonido de gotas en el paraguas y mi reflejo en
el agua encharcada de cada esquina. El asfalto se convierte en una tela teñida
de luces que se reflejan cuando cae la noche, ahí se ve el rojo, amarillo y
verde de los policías de tránsito automáticos; postrados en cada esquina como
las prostitutas de las cuadras vecinas.
La mejor manera de entretener las manos siempre ha sido aprisionarlas en
los bolsillos del pantalón. Los pasos deben ser rápidos pero cuidadosos para no
irrumpir charcos que después puedan estropear mi pantalón. Si mi madre me
viera, me mandaría a bañar con agua caliente para evitarme un resfriado: “el
frío entra por los pies”. Qué falaces son las madres con esto del frío; si uno
tiene descubierta la cabeza, el frío entonces entra por la cabeza. Quién las
entiende.
Es imposible no mirar hacia el cielo, uno quiere cerciorarse de la cara
que tienen los rascacielos (con su debida dimensión) que vigilan desde sus
alturas. Jamás me dejaré de sorprender con las formas inimaginables (para un
joven como yo) de los edificios, que sí imaginan los Señores arquitectos. Y de
pronto, te ves disminuido a poca cosa.
No es sencillo pasar de ser uno entre miles, a convertirse uno entre millones. Cuando lo piensas mejor, tomas la forma de esas gotas de lluvia que caen, incuantificables. Al final de cuentas, uno piensa que de los billones de gotas que el cielo arroja al suelo, sólo una ínfima parte logra perturbar y notarse. Pasa lo mismo con las personas. Una persona que no moja y perturba, cae al suelo a estrellarse contra el duro asfalto, sin ser notada. Qué pesadez, qué presión; estamos destinados a ser gotas que den en el blanco sino, nos han inculcado, hemos fracasado.
Así como la felicidad, el fracaso es una palabra que se utiliza para
etiquetar situaciones vivenciales. Nadie está seguro de qué ni cómo es, pero se
sigue usando a la ligera. Es probable que quien diga “soy feliz” no sepa lo que
esté diciendo en realidad, ¿cómo estar seguro de que se es feliz? Pasa igual
con el fracaso, ¿cómo saber que se es fracasado en la vida? Uno puede fracasar
diario, cuando se llega a destino a deshora o cuando el transporte público se
aleja frente a nuestra mirada derrotada, dejándonos en la acera con una
sensación de “si tan sólo hubiera ahorrado 40 segundos en la ducha, en mi
cepillado de dientes, en el saludo a los vecinos”. El fracaso, como la
felicidad, es pasajero y minúsculo. No sé por qué se ensañan en convencernos de
que el fracasado lo es por siempre, la gente se lo toma en serio y se encharca
junto con las demás gotas que se estrellaron en el pavimento, sintiéndose poca
cosa. La pesadez se siente sobre ellas y olvidan lo ligeras que son, tan
ligeras como para fluir.
Tantas manifestaciones y marchas por infinidad de causas, ¿por qué no
marchamos para pedir que se deje acusar y presionar a la gente para ser felices
y no ser fracasados? La gente es infeliz porque nos obligan a ser felices.
Basta de la arrogante felicidad, la cual, nadie sabe qué es pero persiguen y
obligan a los demás a buscarla. Yo sí creo que existe la felicidad, pero no se
encuentra buscándola.
El fracaso es despreciado injustamente. El fracaso está en esos charcos
de la calle, en esas gotas que se estrellaron en el piso y que, sin embargo, me
empapan a cada paso y que me reflejan en las esquinas de las cuadras, que
iluminan el gris pavimento de las calles pisoteadas por los automóviles, en las
gotas que no son invisibles.
***
Llego a casa, listo para dormir con el golpeteo de las gotas sobre la
ventana.
[...]
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