El vidrio de la ventana y yo, éramos uno solo. Estábamos unidos por las horas que pasaba frente a él. Afuera, llovía.
Aún sostenía la taza con mi café frío y un tanto asqueroso: lo preparé con residuos de café que había dejado en la cafetera de la cocina. Tenía moho. Pero nada de eso importaba, la taza me ayudaba a entretener mis manos, y el café caliente hacía que olvidara mis ganas de arrancar mis labios a mordidas.