15 de septiembre de 2013

Ya no es la hora que usted diga, Señor Presidente

Una cosa es cierta: Para el PRI, el presidencialismo no es sólo una forma de organización política de la democracia (como el semipresidencialismo o el parlamentarismo).
Es una serie de actitudes que remontan a décadas pasadas. Las relaciones del Presidente con los Secretarios de Estado, con ambas cámaras o con los Partidos Políticos, comienza a tejer una tela cómoda para el Presidente: partidos de oposición diluidos en un Pacto por México, un gabinete leal, eventos perfectos y vistosos, iniciativas que más tardan en entrar a las Cámaras que en salir aprobadas. 
Nos queda claro que para el Acción Nacional, para la figura del Presidente de la República no era prioridad la personalización. Vicente Fox y Felipe Calderón fueron un par de Presidentes con protocolos más relajados. Si bien, la persona en sí de Vicente Fox fue fundamental para ganar la presidencia en el 2000, esa misma personalidad fue de lo más criticable como presidente, Fox sólo fue un candidato personalizado, no un presidente institucionalizado.
Enrique Peña Nieto sabe qué papel juega. Sabe que en el discurso y en la institucionalización de la Presidencia el PRI encuentra su fortaleza. Un partido protocolario, corporativista y personalista encontró en Peña Nieto el perfecto estandarte de la personificación.

El movimiento de sus manos, el énfasis en las frases importantes, la mirada fija en las cámaras, la necesidad de llenar el Zócalo con acarreados que lo apoyaran, las presentaciones de sus iniciativas de reformas tan simbólicas (los gobernadores de los estados, los dirigentes y líderes de los demás partidos en torno a él y aplaudiendo entre pausa y pausa). Peña Nieto quiere actuar su papel, un papel que se desgastó con 70 años de uso. Un papel que los mexicanos, al parecer, comienzan a rechazar. Enrique Peña Nieto se comporta como el viejo PRI. A él por poco le besan la mano. Si las circunstancias no le permiten dar su informe de gobierno en un escenario planeado y controlado (como antes lo era la Cámara de Diputados), Peña espera un día para tener el evento por excelencia presidencialista. El día del Presidente.

Peña Nieto es el presidente de la personificación, de la institucionalización de la presidencia, del auto abrazo en sus discursos, del andamiaje priísta, de los valores anteriores, del discurso bonito, de la palabra correcta, de la actuación perfecta, de los eventos donde nada se sale de orden, del gabinete sumiso, del PRI en el que no viví pero que estoy conociendo a mis 21 años de edad, y del que reafirmo: Su personificación es hipócrita y burlesca.

"-¿Qué hora es?-La que usted diga, Señor Presidente..." 

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